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17 abril 2007

V5

Ventana sobre una mañana cualquiera


Un viaje diferente

Una mañana del mes de noviembre, de un día que ni se recordaría si no fuera por lo ocurrido, porque antes de que ocurriera lo que ocurrió, era como cualquier otro, ni más ni menos sobresaliente, los apretujados pasajeros madrileños de un vagón de metro de la línea 7 dirección PITIS, a eso de las ocho y media de la mañana, comenzaron a percatarse de algo sorprendente, inesperado, inexplicable, absurdo, tan desconcertante como ver cruzar una vaca por el Paseo de la Castellana, como toparse con una jirafa en la puerta del Museo del Prado.


Los viajeros se fueron dando cuenta poco a poco. Algunos luchaban por agarrarse a las barras, otros ya agarrados, intentaban abrir los enormes periódicos sin sacarle un ojo al vecino. Había incluso gente leyendo libros, fíjense, la plebe concentrada en sus novelas, metida hasta el tuétano en las peripecias de sus protagonistas, sin saber lo que en sus propias carnes iba a vivir.


Uno de los pasajeros, que con su brazo izquierdo trataba de sujetar su abrigo, su bufanda, su carpeta de estudiante de tres kilos y medio, y además, agarrarse a una barra del tren, mientras, con la mano derecha sostenía un libraco de ochocientas páginas y tapas duras que contaba no se sabe que historieta, de repente, oyó una risita muy cercana, casi susurrada, y… perdida ya la lectura, levantó la cabeza y vio dibujada en el rostro de una viajera una sonrisa inocente, cuyo origen desconocía.

¿De qué se reirá?, pensaba el pasajero cargado, que volvió a su libro, y… de nuevo, una carcajada. Levanta la mirada y advierte hacia dónde se dirigen los ojos de la viajera, hacia arriba; la imita y al fin lo descubre, lo ve, se da cuenta de todo, del porqué de la sonrisa de la viajera y del revuelo de los demás.

Lo que ocurría era que un pajarillo perdido y desorientado se había colado en el vagón, un pajarillo que revoloteaba y píaba sobre las cabezas de todos, volaba de aquí para allá, sin saber que hacer, posándose en las barras, saludando, sorprendiendo a todos, que esa mañana cambiaron la cara y sonrieron al acontecimiento, y salieron del vagón pensando cómo habría llegado hasta el subsuelo el pobre pajarillo, si su lugar era el cielo, si conseguiría escapar o no…, pero pensando al fin, que habían tenido un viaje diferente, una anécdota absurda que contar una mañana, que de no ser por el pájaro, habría sido como otra cualquiera.

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